La experiencia del Nosostros
Arrate Iraolagoitia
- “¿Hace cuánto que no cantas?
- ¿Hace cuánto que no bailas?
- ¿Hace cuánto que no escuchas una buena historia?
- ¿Hace cuánto que no cuentas una buena historia?”
Se dice que los y las abuelas nativas del Norte de América (como los Sioux, Hopies, Lakotas) hacían estas preguntas cuando alguna persona de la comunidad estaba enferma. Al parecer, no se sentaban de manera individual con la persona que padecía sino en grupo, con un fuego en el centro como manifestación de la vida que hay en nosotros. Ese fuego en el centro recordaba que si algo somos, es Nosotros.
Escuché esto hace poco y, además de bello, me pareció interesante la unión que puede haber con el trabajo de acompañamiento a equipos que hacemos.
Al final de este primer trimestre del 2025, han terminado varios procesos que hemos facilitado y me he quedado con un comentario que se repitió en las últimas sesiones con los diferentes equipos. Varias personas compartieron que, más allá de lo interesante que les pudo resultar lo aprendido en las diferentes sesiones, lo que realmente se llevaban del proceso era la experiencia compartida en grupo; el vínculo creado entre las personas del equipo; la potencia de sentir unión, una red de apoyo; la riqueza de la diversidad; el espacio de confianza que habían creado; la sensación de identidad colectiva.
Escuchandoles me venía a la mente la imagen del círculo alrededor del fuego del comienzo de este post. Habían vivido la experiencia del Nosotros, y la contaban maravillados/as por lo poco común que es en estos tiempos acelerados e individualistas en los que vivimos y trabajamos.
Escuchar, con atención plena la experiencia de otra persona, hace tanto por la persona que escucha como por la personas que está siendo escuchada. Ser escuchados/as nos hace sentir comprendidos/as, cuidados/as y vistos/as.
Cuando somos capaces de crear un espacio conversacional seguro en el equipo y nos escuchamos de manera colectiva, pasan cosas más poderosas que escuchándonos uno a uno en privado. Una intervención de un miembro del sistema tiene un efecto en todo el sistema. Lo que una persona cuenta va a tener un impacto en todas las personas que escuchan.
Compartir públicamente mi vulnerabilidad es un acto generoso y potente para que salga la luz de los que están escuchando. Desde la humildad de reconocer quién soy, puedo ver y honrar la luz de los otros (sus talentos, sus contribuciones…). Nadie es mejor que nadie. Cuando alguien habla de sí mismo en un espacio colectivo, recordamos que somos Uno. Nos tocamos a través de la palabra que expresa el mundo emocional que somos.
Y tal y como aquellas personas de los equipos que acompañamos puedieron comprobar, este tipo de conversaciones colectivas pueden ser transformadoras; a nivel personal y como equipo.
Pero insisto, para que todo esto suceda, hay dos puntos clave: La capacidad del equipo (especialmente del / de la líder) para crear y cultivar un espacio de seguridad psicológica donde las personas sepan que pueden mostrarse sin temor a represalias. Y el papel fundamental del /de la facilitadora. Esto es, el lugar desde el que sostenemos estas conversaciones colectivas.
Como facilitadores/as, necesitamos aprender a escuchar desde nuestro corazón y no desde la teoría de los autores que presentamos (desde nuestra posición de saber-poder). Estar plenamente presentes. La presencia como invitación a que las personas del equipo hablen desde su autenticidad, y para ello tenemos que hacer silencio (oigo mis diálogos internos y los dejo pasar. Yo no soy la protagonista, es el equipo).
Suele ser bonito terminar estas sesiones de reflexión y trabajo colectivo con algún acto o dinámica creativa que convierta lo experimentado juntos en algo valioso y bello, una especie de anclaje de lo aprendido.
“Que la luz que soy se encuentre con la luz que eres y podamos sentir juntos la fiesta que es la unidad”.
¡Felices vacaciones de Pascua!