Borriquito como tú…
Arrate Iraolagoitia
En el año que pasé en EEUU cuando era chavala, los primeros días de instituto, me llamó la atención lo mucho que preguntaban los/las estudiantes durante las clases. Y también lo mucho que los profesores/as nos animaban a hacerlo. Especialmente Mr. Cooper, mi profesor de química y física.
Al principio me sorprendía cuando alguien hacía alguna pregunta que yo consideraba básica o que a mí me daría vergüenza hacerla en público, y nadie se burlaba. “No hay preguntas tontas y está bien preguntar todo lo que necesitemos”- insistía Mr. Cooper para ir construyendo en nuestras jóvenes mentes esta creencia. Me ayudó mucho para atreverme a preguntar en un idioma que no controlaba bien (¡Gracias Mr. Cooper por tu infinita paciencia conmigo y por tu amor hacia el oficio de enseñar!).
Cuento esto porque más de una vez me he acordado de esta experiencia cuando sale el tema de los frenos que las personas nos ponemos para preguntar, compartir ideas o hablar en público. Sin ir más lejos, hace un par de semanas, la persona más joven de un grupo de formación en el que estoy, compartió que durante la sesión le hubiese gustado hacer comentarios sobre alguna dinámica o preguntar dudas, pero se había cortado por su creencia de qué pensarían los demás.
Me pareció estupendo y valiente que sacase el tema en el grupo para, entre todos, tratarlo abiertamente, cuestionar nuestras creencias al respecto y así ir cultivando un entorno de seguridad y confianza donde poder mostrarnos plenamente.
Es cierto que, de acuerdo al modelo mental corriente, el preguntar u ofrecer nuestras ideas/capacidades implica ciertos riesgos porque la auto-estima y/o auto-valoración están en parte basadas en ellas. Es decir, si nuestra pregunta u oferta es tachada de ‘tonta’ o es rechazada, muy a menudo lo llevamos al plano personal. Así que, “si no hablo, si no propongo, si no me ofrezco, no corro el riesgo de ser rechazado/a”.
Sin embargo, esta auto-censura hace que perdamos oportunidades de interactuar con otras personas; de crear nuevos proyectos; de abrir posibilidades interesantes o de establecer relaciones más profundas.
En Equilia estamos convencidas de que se está desperdiciando un montón de talento y buenas ideas por no compartirlas, por no ofrecernos como oportunidad.
Hacemos, pues, un llamamiento a personas y equipos para entrenar la capacidad de compartir, preguntar y ofrecer(nos) porque está directamente relacionada con la capacidad de abrir nuevas oportunidades. Nuestras organizaciones y Sociedad las necesitan y lo agradecerán.
Qué os parece si empezamos por cambiar conscientemente el discurso disfuncional basado en la carencia, en la auto-censura -“mejor no digo nada, no vaya a ser…”-, por uno más funcional basado en la abundancia, en la posibilidad – “todos podemos aportar algo valioso”, “Todos podemos ser potenciales nuevas oportunidades”.
Feliz semana