No confundamos el órgano con la enfermedad
“Tiene mucho ego”, “Está hablando tu ego”, “Eso lo necesita para su ego”…
El ego es un elemento muy presente en nuestras conversaciones; normalmente con una connotación negativa ya que, a menudo, lo usamos para criticar a otras personas. Es como si fuera un personaje malo contra el que luchar, pero… ¿realmente es tan negativo?
Me gustaría romper una lanza en su favor.
El ego es una función psíquica al servicio de la experiencia existencial del Ser.
Es la función que nos permite evolucionar hacia una identidad relativamente autónoma e independiente para llevar a cabo un proyecto de vida sano.
Podríamos decir que el ego es el intermediario entre el mundo interno y externo. Nos permite anticipar el futuro, funcionar en las exigencias del medio en el que vivimos (trabajar, cumplir con nuestras responsabilidades, protegernos etc.).
En resumen, el ego es una especie de “cáscara” necesaria del Ser en su tránsito por el mundo.
¡Viva, pues, el ego! Lo ideal es que esté sano, gordito y satisfecho ya que es el comandante de la nave.
Ahora bien, el problema aparece cuando el ego se identifica demasiado con el Ser y pierde conexión con la esencia original del Ser. Algo así como si nos volviésemos árboles que pierden contacto con la tierra donde hunden sus raíces. Se secan por dentro, se marchitan.
Se nos olvida que somos mucho más que lo que hacemos en un momento dado.
Cuando la mente intenta perpetuarse egóticamente como parte separada, empezamos a hablar de egotismo, que es la enfermedad del ego.
Nos parece muy importante no confundir el órgano con la enfermedad.
Cuando perdemos la capacidad de fluir (con la vida, con lo que nos trae), la conciencia de ser parte de algo más grande, algo que nos transciende; caemos en la mente pequeña, excesivamente analítica y racionalista, una forma de ser defensiva, rígida, presa de la duda…
El ego vive ese diluirse en lo desconocido, la pérdida de control, como una muerte. Por eso el ego puede ser sinónimo de angustia, de defensa constante, de rigidez, de prepotencia, incluso podemos caer en el fundamentalismo por una necesidad de identidad.
Por ejemplo, para poder entrar en nuestras emociones profundas, que no controlamos, deberíamos silenciar al ego; pero todavía no hemos desarrollado un interruptor para ello (hay prácticas que ayudan, como la meditación). Eso sería como decirle a un marine del ejército en Afganistán que se relaje…”¡Ni hablar! Mi función es protegerte ¡No te lo voy a permitir!”.
Las personas que trabajamos acompañando a otras personas, tenemos que atravesar la capa egótica de la otra persona y ver al Ser detrás (su perfección original). Y también saber que la profunda frustración que genera una vida artificial, defensiva y mecánica, aporta mucha energía para el cambio.
Nuestro reto, entonces, es aprender a vivir en esta ambivalencia conscientemente: Momentos para la separación/individualización y momentos para soltar y fundirnos o fluir con la vida, con eso que nos transciende y no controlamos.
El Coaching Transpersonal puede ser útil para ello, para aprender a gestionar estas diferentes energías, ya que aborda el desarrollo personal desde diferentes dimensiones: la cognitivo- lingüística, la emocional, la energético-corporal y la transcendencia.
En Equilia también estamos formadas y trabajamos el Coaching Transpersonal.
Feliz fin de semana