Gracias y adiós
En un pueblo de la Provincia de Granada hay un castillo medio árabe, medio estilo siglo XIX. El pueblo es el de mis abuelos y el castillo era mío.
Desde los 6 años, cada verano mis padres me mandaban sola a pasar el mes de vacaciones con mis abuelos. Aquello no era mi cultura, mi comida, mi clima y tampoco mi idioma. Pero con el tiempo, yo chapurreaba andaluz, merendaba bocadillo de chorizo frito y me sentía feliz de ser parte de una familia grande y unida.
El castillo era en realidad propiedad de una parte algo lejana de la familia. La mayoría del tiempo nadie vivía ahí. El llavero gigante que abría su portón y sus puertas lo tenían mis abuelos, pendientes del castillo en la ausencia de la dueña. Íbamos casi todas las tardes para cuidar del perro y de los gatos; con mi abuela paseábamos por debajo de los cipreses tallados en arco del jardín y comíamos los higos directamente del árbol.
De esto hace muchos años. La dueña ya murió, el llavero gigante se entregó a los herederos, el edificio cayó en ruina.
Perder el privilegio de acceder al castillo me hizo sentir algo de enojo-pena durante unos años cada vez que iba al pueblo.
El fin de semana pasado, Anton de Kroon, consultor y coach sistémico holandés, estuvo en Bilbao para compartir su conocimiento y sabiduría en una formación organizada por Emana. Durante esos dos días yo he sido su traductora.
Uno de los temas que trató fue la importancia de la despedida, por ejemplo, cuando una persona sale de una organización en la que ha trabajado, por decisión de la organización o por decisión propia.
En este tipo de separación, ambas partes pueden tener comportamientos/ creencias que dificultan desvincularse de verdad. Esto puede ocurrir cuando una de las partes considera que sigue habiendo alguna deuda, algún derecho adquirido o cosas que no se quieren soltar, etc. Y así, pese a que la persona ya no sea parte de la organización, sigue habiendo una atadura – quizás emocional, intangible como un runrún de fondo, quizás algo tan tangible como un juicio legal – que impide poner toda la energía en ir para adelante.
Puede ser difícil aceptar que haya cabos sueltos, promesas incumplidas, algún desequilibrio entre lo que cada parte haya dado y tomado y decir “sí” a la situación tal como es. Pero sólo así nos podemos desvincular verdaderamente y poner toda la energía en lo nuevo. ¡Borrón y cuenta nueva!
La clave para separarse, en estos casos, está en reconocer y agradecer el recorrido hecho juntos, el mero hecho de haber sido parte de la organización y reconocer lo que ello me aportó (como persona / como empresa). Soltar/dejar lo que no me pertenece y quedarme /llevarme lo que sí me pertenece (por ejemplo, lo aprendido, la experiencia adquirida en el caso de la persona). No es necesario expresar el reconocimiento y agradecimiento ante la otra parte, es suficiente hacerlo cada parte consigo misma. Y hacerlo de corazón.
Este verano el castillo estaba en obras. Hay dueños nuevos que construyen un hotel aprovechando el lugar excepcional. Pensé que las personas que se alojarán ahí no conocerán la sala llena de sal y de jamones, la antigua cocina de leña, el patio lleno de sacos de almendras, las tardes con mi abuela… Y pensé de repente esa no es tu propiedad, pero sí es tu patrimonio. Me sentí agradecida. No necesitaba volver al castillo. Ahí no había nada mío. Lo mío lo llevaba conmigo.
En Equilia trabajamos también con el enfoque sistémico en nuestras intervenciones con equipos y sesiones de coaching individuales. Si quieres saber más, acércate.
¡Feliz semana!