¿Qué hago?
Judith Castillo
“…y también me gustaría consultarte para una cosa”. El giro que mi amiga dio a la conversación en esa tarde de café y paseo inmediatamente despertó mi curiosidad. “Tengo que tomar una decisión y no tengo claro qué quiero hacer”.
Me comentó su situación y podía imaginarme perfectamente en ese mismo “bloqueo”. Como suele pasar, no es fácil hacerse una misma las buenas preguntas para tener una visión más clara.
Tomar decisiones que nos importan representa una dificultad para muchas personas y por ende es un tema que surge con frecuencia en las sesiones de coaching con clientes.
«No sé cómo decidir» significa, en primer lugar, que se tiene más de una opción – eso no está nada mal, tenemos elección, hay más de un camino abierto. También significa que cada una de las opciones tiene, desde la perspectiva de la persona interesada, parte de beneficios y parte de costes o riesgos (salvo si estamos ante un dilema donde cualquiera de las opciones es “mala”) y eso lo hace complejo.
Si fuese fácil optar directamente por una de las opciones, más que una decisión sería una obviedad.
Ella tenía claro que quería activamente tomar la decisión y no dejar pasar el momento, no dejar que las cosas se “resuelvan” por si solas. Dicho de paso, no decidirse también es una decisión. El “asno de Buridán” es una paradoja que cuenta que un asno no podía decidirse entre dos fardos de heno iguales que tenía a la misma distancia. Se queda quieto… y se muere de hambre.
No tomar una decisión, mantenernos en el estatus quo, no tiene por qué ser una mala opción, si somos personas que no nos desgastamos en ese limbo, si no nos quita el sueño, si no caemos en barajar y barajar los escenarios posibles una y otra vez mientras nos quedamos quietos.
Para la mayoría de las personas, dejar de dudar y tomar una decisión suele ser un gran alivio y nos enchufa con nueva energía. Curiosamente, esto ocurre incluso cuando la decisión parece “aleatoria”. Steven Levitt, economista de la Universidad de Chicago y coautor del libro Freakonomics, realizó un estudio con 20.000 personas que se encontraban ante decisiones importantes en la vida, pero sin tomarlas.
Les invitó a lanzar una moneda para tomar la decisión. Unas 2000 personas siguieron el consejo de “cara o cruz” con el resultado de que eran significativamente más felices que las personas que habían seguido sin tomar activamente la decisión.
Su conclusión: mejor que la indecisión, el mantener el estatus quo, es elegir el cambio, atreverse a hacer lo nuevo. Esto último nos inyecta energía vital y nos hace más felices. Y el camino se hace al andar.
Uno de los grandes bloqueos es el deseo de tener al 100% seguro que las cosas salgan bien. He visto a personas poner en tablas Excel todos los pros y los contras queriendo analizarlo todo, poner todo en la balanza – quizás a veces funciona, puede incluso ser un punto de partida valioso, pero no creo que sea la panacea para decisiones complejas en las que entran emociones, factores inconscientes e incertidumbre – y el futuro siempre es incertidumbre, aunque en ocasiones nos pueda parecer que todo esté trazado.
¡Sobre todo no equivocarse! Ya estamos escuchando nuestra propia voz crítica que nos espera en el futuro si las cosas no salen bien: ¿Pero cómo has podido? ¿Por qué no has tenido en cuenta…? ¡A estas alturas todavía no has aprendido nada! Tenemos miedo que nuestro yo del futuro se arrepienta y nos eche la culpa al yo de hoy por no haber acertado en la decisión.
Mi amiga en su reflexión, se acercó a la decisión por diferentes vías. Hizo tangible el conflicto interno, ¿cuáles son las voces que debaten en mí y con qué argumentos?
Si hay ambivalencia ante una decisión, hay más de una voz que argumenta en nuestro foro interno, cada una exponiendo pros y contras. Y todos los argumentos, aunque parezcan irracionales, tienen razón de ser.
Tomar distancia y escuchar como si fuesen representantes en un parlamento interno recomienda Gunther Schmidt, médico y terapeuta alemán, cuando hay ambivalencia. Adoptar una postura de observador o de presidenta de ese parlamento y escuchar “el guirigay”, las necesidades que representa cada voz y no desvalorizarlas.
Ella se preguntó: ¿Existen vías para tener en cuenta alguna parte de lo que inquieta a esos representantes de opinión?
También buscó si podía abrir el abanico de opciones. La propuesta inicial que le habían hecho parecía ser o A o B, pero quizás existía la posibilidad de negociar, ver si había no sólo las opciones blanco y negro sino otras grises. Opciones que mezclaban A y B o que incluían incluso algo nuevo.
A veces creemos que si la propuesta que nos llega se ha formulado o A o B, tenemos que aceptar o A o B en su integralidad. Sin embargo, puede que exista la posibilidad de negociar y cambiar aspectos que hacen que las opciones nos lleven a decidir con más facilidad. O incluso, de repente esa propuesta nos hace ver que queremos algo totalmente diferente que hasta ahí no había existido ni siquiera.
Y por último, ella hizo un trato con su yo del futuro: no castigarse si al final las cosas no salían bien. Asegurarse de tomar la mejor decisión que podía con los elementos que estaban en su mano hoy ¡y ya! – Desde el futuro es fácil criticar. A toro pasado, todos somos Manolete.
¡Feliz semana!