¡Salta conmigo!
En la actualidad tenemos la fortuna de estar trabajando con varios equipos de distintas organizaciones (sectores, niveles jerárquicos e incluso países diferentes), lo cual está siendo sumamente enriquecedor.
Se trata de equipos que se encuentran en fases diferentes de desarrollo pero en algún momento u otro, los miembros de cada uno de estos equipos se han tenido que hacer la pregunta clave para dar el salto cualitativo que representa pasar de funcionar como un grupo, a funcionar como un equipo:
¿Cuál es mi grado de compromiso para con mi equipo y para con el proceso de desarrollo que hemos iniciado juntos/as?
O dicho de otra manera:
¿A qué estoy jugando realmente en este equipo/ proceso? ¿Estoy jugando a ganar?, ¿Estoy jugando tal vez a mantener?, ¿Juego a perder? o acaso ¿Juego a no jugar?
La cuestión es que llega un momento en que si realmente queremos conseguir resultados de rendimiento significativos, convertirnos en un equipo cohesionado y hacer que el trabajo colectivo sea satisfactorio, las medias tintas no valen.
No vale tocar todos los días el agua de la piscina con la punta del pie y decidir, según su temperatura y mi ánimo, si ese día salto al agua.
Se necesita una decisión y declaración, individual y colectiva, consciente:
- Quiero jugar a ganar con estas personas que componemos el equipo.
- Tomo el riesgo y me lanzo a la piscina confiando que haya agua.
- Pongo toda mi energía, buena voluntad, tiempo, disposición y recursos personales en este proceso de desarrollo con mi equipo.
Cuando todos los miembros de un equipo deciden conscientemente que es su responsabilidad hacer que el trabajo colectivo sea una experiencia satisfactoria y el alcanzar resultados con un impacto importante para la organización (exigencia individual y mutua), se produce un cambio casi mágico. El salto es exponencial.
El rendimiento del equipo es exponencialmente superior a la suma de los rendimientos individuales de las personas de un grupo.
A menudo, cuando la experiencia del trabajo en equipo es negativa, solemos culpar al líder como si él/ella fuera el/la único/a responsable. Pero la realidad es que todos/as tenemos parte de responsabilidad ya que la esencia del trabajo en equipo es la responsabilidad compartida, el compromiso compartido.
Algunas personas no consiguen nunca tomar esa decisión (no consiguen creer; confiar al fin y al cabo), y ello se refleja en los resultados y en la calidad, más bien mediocre, de las relaciones y conversaciones de sus equipos. Sin embargo, si las personas deciden poner toda la carne en el asador (a todos los niveles), los resultados y la calidad de las relaciones/conversaciones que solemos presenciar en las sesiones de trabajo con dichos equipos son excepcionales. Es un verdadero lujo trabajar con ellos.
“Nos lo hemos creído. Y ahora somos un equipo”– fue lo que uno de los miembros de un equipo respondió cuando les pedimos que echasen la vista atrás y resumiesen el proceso de desarrollo como equipo que han recorrido en estos últimos dos años.
Podríamos extrapolar perfectamente esto que acabamos de comentar sobre los equipos en el trabajo, a los equipos de los que también formamos parte en nuestras vidas privadas:
¿A qué juegas tú con tu familia, en tu relación de pareja, con tus amigos/as, en las actividades/ proyectos privados que emprendes? ¿Cuál es tu grado de compromiso? ¿Cuánto te lo crees?
Somos nosotros/as mismos/as los/las que con nuestra manera de ver la realidad, nuestros comportamientos y las decisiones/compromisos que tomamos quienes determinamos la calidad de nuestras relaciones y los resultados que obtenemos.
Feliz fin de semana
Etiquetas: Entrenando equipos