¡HELP!
“Si precisas una mano, recuerda que yo tengo dos” (San Agustín)
- “¿Me ayudas?” – me preguntó el hijo de una amiga mirando a los cordones sueltos de sus zapatillas.
- “¡Claro cariño!”- le respondí contenta de poder ayudarle..
Mientras me agachaba tomé conciencia de la naturalidad con la que viven los niños/s el pedir ayuda. Precisamente, esa misma mañana, había mantenido una conversación con otra amiga sobre la dificultad para ello…pero claro, nos referíamos a los adultos/as.
¡Qué grandes lecciones nos dan los niños/as! ”Tienen una lógica aplastante” solemos decir, pero…
¿Qué nos pasa con el pedir ayuda según vamos creciendo? Pareciera que nos vamos forjando unas cuantas creencias, generalmente limitantes, al respecto:
Pedir ayuda es mostrar mis limitaciones, es mostrarme vulnerable. La vulnerabilidad es negativa porque me pueden herir.
Pedir ayuda es depender, conlleva rebajarme.
Pedir ayuda es tener una deuda con la persona que me ayuda.
Pedir ayuda es mostrar que no sé, que no puedo, reconocer y admitir que tengo un problema.
Pedir ayuda es quedar como tonto/a, como débil, es no ser capaz.
Pedir ayuda es molestar a las personas.
Puede que estas creencias nos estén privando de las ventajas de pedir ayuda. En ocasiones gastamos grandes cantidades de energía y esfuerzo en hacer cosas que con ayuda costarían mucho menos.
La cuestión es que todos/as somos interdependientes (en nuestro equipo de trabajo, en la familia…en la sociedad en general), es inevitable, aunque no nos guste y en ocasiones nos comportemos en base a una falsa ilusión de independencia y autonomía total (sólo vemos clara la interdependencia en el caso de los niños/as, los/las mayores o las personas con alguna enfermedad).
Pedir ayuda no es fracaso, dependencia ni inferioridad. Tiene más que ver con el reconocimiento de nuestras limitaciones (todos/as las tenemos y a cualquier edad) la humildad y la valentía.
Y no olvidemos que a la mayoría de las personas brindar ayuda nos gusta y nos hace sentir bien. Nos hace más humanos, nos acerca, establece y refuerza vínculos y nos hace sentir que somos parte de algo más grande… Además ganamos tiempo, eficacia y energía, evitamos agobios, preocupaciones y cansancio.
¡El abrir un espacio para que otras personas nos ayuden puede ser maravilloso!
Qué bonita y sabia la respuesta de los Neozelandeses al “Thank you”: “Happy to help!” (generalmente acompañado de una sonrisa).
¿Qué tal si dejamos de lado miedos, orgullos, egos y vergüenzas y empezamos a pedir y ofrecer ayuda? Más allá de resolver una situación puntual nos pueden sorprender los beneficios sobre nuestras relaciones y bienestar que conlleva.
Feliz fin de semana
Nos despedimos con este poema de Mario Benedetti:
http://www.poemas-del-alma.com/hagamos-un-trato.htm
Etiquetas: Reflexiones en pasillo o ventanilla